Domingo, 23 de septiembre de 2012
OPINION
Restricciones cambiarias
ROBERTO BRISCIOLI *
Las disposiciones oficiales condicionan la adquisición de moneda
extranjera para diferentes usos y anulan la
posibilidad de adquirir las mismas,
con fines de ahorro. En realidad, el impedimento se centra no en el ahorro,
sino en el atesoramiento.
El ahorro y el atesoramiento son
dos conceptos emergentes de la literatura económica aparentemente similares, al
menos semánticamente. Sin embargo resultan ser no solo distintos, sino
antagónicamente contradictorios, por las implicancias que se derivan económica
y socialmente de que se manifieste una u otra situación.
El ahorro, el consumo y el
atesoramiento resultan ser variables dependientes del ingreso nacional y de
cómo se distribuye y re distribuye el mismo, en función de una política
económica determinada.
El ingreso nacional como
sumatoria de los ingresos parciales de los diferentes sectores sociales es
utilizado en proporciones más o menos estables entre consumo y ahorro, como
antesala de la inversión privada. La parte del ingreso, que no se consume y
alternativamente tampoco se ahorra, se atesora.
La propensión al consumo explica
el hábito a gastar en bienes de consumo de una sociedad determinada, que se
incrementará en la medida que se sostenga y mejor aún aumente el salario real,
desciendan las tasas de desempleo y se apliquen políticas económicas de
inclusión social. El incremento del consumo impulsará la inversión productiva,
por expectativas de mayores beneficios empresariales y de esta manera –en un
círculo virtuoso crecerá el PBI y por consiguiente el empleo. Lo que no se
gasta en consumo se ahorra. El ahorro –previa intermediación bancaria- puede transformarse en inversión, en la
medida que existan expectativas de rentabilidad empresariales futuras, que
superen la rentabilidad financiera.
A través de la secuencia
descripta, la ortodoxia económica desde su ceguera auto impuesta concluye con
simplismo que “ahorro e inversión son variables macroeconómicas idénticamente
iguales”. Abriendo un poco los ojos, veremos que el ahorro y la inversión nunca
serán iguales, en la medida que exista atesoramiento. Podemos decir entonces
que el atesoramiento de dinero resulta ser el ahorro interno nacional que nunca
será y, por ende, jamás llegará a ser inversión productiva privada. Su destino
–previa transformación en moneda extranjera-
será el sueño debajo de un colchón o la inercia en una caja de
seguridad. Una parte sustancial conformará la fuga ilegal de divisas al
exterior, para transformarse en posible inversión interna o externa, de un país
extranjero.
Sintetizando, el atesoramiento de
divisas como negación del ahorro que implica la imposibilidad de inversión
productiva, provocará recortes en la productividad y con ello incrementará la
inflación, derivado de una inversión privada insuficiente comparativamente a
una demanda agregada creciente.
Un modelo de política económica
cuya esencia es el crecimiento del PBI a través del incremento del salario
real, descenso de las tasas de desempleo e inclusión social, tendrá como
consecuencia lógica una demanda agregada de solvencia creciente, como
resultante de la satisfacción de necesidades sociales siempre presentes. Si a
este incremento de demanda, no se le contrapone un incremento proporcional en
la oferta de bienes y servicios emergentes de la inversión privada, es natural
que la brecha entre oferta y demanda global se transforme en inflación.
En otras palabras, la inflación
se inscribe en la lógica necesaria de incrementar beneficios empresariales,
como alternativa al recorte de la inversión productiva que a su vez es
consecuencia de la parte proporcional de los beneficios, que fueron atesorados.
La inflación deteriorará el
salario real y atrasará el tipo de cambio, provocando con ello la
desaceleración del crecimiento económico por caída del consumo y la regresión
en la distribución del ingreso nacional. Atesoramiento implica inflación. Sin
embargo, atesorar no solo se asocia negativamente con inflación, sino con un
aspecto tan perjudicial como lo anterior, como es transformar en
“imprescindible” –en la medida de existencia de atesoramiento- a la inversión extranjera.
La inversión extranjera directa
por aplicarse a la actividad productiva y por ende a largo plazo, puede –según
el caso- generar mayores o menores
puestos de trabajo. La inversión extranjera indirecta, dirigida a la actividad
financiera y, por ende, en el corto plazo no generará puestos de trabajo. Lo
que iguala ambos tipos de inversión es que no son gratis para el país. Implican
transferencia de divisas al exterior, que pueden llegar a ser excesivamente
gravosas, para el saldo de la cuenta corriente. En 2011, a pesar de la
intervención gubernamental, creció la remisión de utilidades al exterior alcanzando
la cifra de 7331 millones de dólares, el 70 por ciento de las utilidades
obtenidas por las filiales transnacionales que operaron localmente en dicho
año.
Cuando la transferencia de
utilidades crece y el atesoramiento es una constante como ha ocurrido
históricamente en nuestro país, el ahorro interno será necesariamente
insuficiente. En países latinoamericanos y, por ende, en nuestro país, la fuga
de capitales y de utilidades es un aspecto que explica en gran parte la
denominación eufemística de “países en vía de desarrollo”, ya que,
lamentablemente, su presencia implica el recorte del ahorro interno y, con
ello, una seria limitación al crecimiento y desarrollo económico armónico de
dichos países.
Resultan gratificantes para la
amplia mayoría de la población argentina los impedimentos oficiales que limitan
el uso abusivo por parte de sectores minoritarios de muy altos ingresos, de un
bien netamente social como resultan ser las divisas
* Integrante del Club Argentino
Arturo Jauretche. Docente.
BLOG: prof-robertobriscioli.blogspot.com
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Imagen: AFP